Que la historia política de latinoamérica es una historia de resiliencia está asentado en cientos de canciones y poemas; en experimentos pedagógicos para la liberación y en millones de tumbas, algunas anónimas y otras pocas nombradas. En latinoamérica es la opción por la liberación la que crea santos, por eso desatar una operación asesina contra Salvador Allende, por ejemplo, es la forma más cercana a la herejía que la idiosincrasia latinoamericana puede concebir.


Más allá de los muchos subproductos sincréticos y de lxs santxs populares que se instituyeron en el territorio americano antes de la modernidad -preservadxs gracias a la tradición oral y enaltecidxs por la literatura y la pintura naif-, el siglo XX reformó el panteón folklórico para incluir también a agentes de la industria del entretenimiento, guerrillerxs, deportistas, presidentes. Como una nueva forma de sincretismo que reemplaza la superposición entre las culturas originarias y el cristianismo, América Latina encontró nuevxs santxs en el terreno híbrido entre el activismo político, el capital y la influencia disruptiva del arte.


La progresiva supresión de los saberes tradicionales y los aparatos de devoción religiosa prehispánica con el propósito de instaurar un régimen cristiano de explotación material y espiritual en todo el continente no bastó, sin embargo, para frenar el impulso del sentir americano. No bastaron el Plan Cóndor ni la contrainsurgencia nicaragüense. Para romper la simetría penante y sacrificial de Jesucristo siempre aparecerán otras figuras y también las habrá para hacer bailar a la gente.


Por eso los que América necesita y produce son otrxs santxs, más sensuales, más insatisfechxs, más enojadxs; cercanxs quizás a la experiencia de comer san pedro en el desierto y parecidxs al plumaje multicolor de las aves. No son santxs que renuncian para experimentar a un dios desde la precariedad. Son santxs hambrientxs, trágicxs, santxs de su raza.


Lo que podría decirse es que el vínculo con los santxs nacidxs de una matriz pop-pagana implica la puesta en marcha de un sistema de veneración que se aparta de las severas exigencias devocionales del cristianismo. Por lo general se trata de cultos flexibles y sin reglas, antidogmáticos. Se basan en economías de una afectividad profunda, cuya milagrería consiste en realidad en eventos que torcieron el rumbo de la experiencia del sujeto americano en un sentido estrictamente materialista: una canción que perfora los sentimientos de determinada época, una batalla ganada contra el ejército imperial, un gol, la aprobación de una ley que amplió los derechos civiles de un grupo minoritario, el sacrificio de alguien que murió asesinadx defendiendo la aprobación de esa misma ley. Todos estos momentos producen efectos estremecedores y perdurables sobre el cuerpo de lo social, gestas que en distinto grado conmueven el orden cotidiano de manera irreversible, por lo general acercándonos a una nueva idea de libertad e imaginación política.


Todxs con el Universo es una acción de investigación intuitiva y performática que consiste en afinar el ojo para detectar los picos de devoción popular regional y canalizarlos en una especie de acto litúrgico ad hoc. En la Argentina, Manuel Mendoza se enfoca en las figuras del Gauchito Gil, de Gilda, de la Difunta Correa, el Che Guevara y Diego Armando Maradona, pero también podría inventariar e invocar a Osvaldo Pugliese, Eva Perón, Pancho Sierra o Ricky Espinosa. Si decidiera repetir esta acción en Brasil, contemplaría de seguro las figuras de María Bonita y Lampião, de Vinicius o de María Berushko. Así, Todxs con el Universo podría repetirse como un proceso sistemático a lo largo y ancho de toda América Latina, adoptando una forma siempre nueva pero siempre igual.


La historia colonial mantiene unido al continente como un pegamento traumático y es justamente por eso que, más allá de las particularidades culturales de cada territorio, cierta continuidad espiritual y política atraviesa de sur a norte la tierra americana; hay pautas devocionales que un puertorriqueño puede reconocer en la Argentina o que una chilena podría reconocer en Honduras.


Una especie de conciencia subterránea y colectiva engrosa el peso de la memoria vinculada a ciertos personajes, a ciertos hechos que se prueban históricos. Esta conciencia abona y decora la memoria, le rinde culto, la cubre de flores evocando los momentos en los que el horizonte de lo políticamente posible se volvió un poco más definido a los ojos del pueblo.


En las periferias (o)culturales, líquidamente, el plantel de deidades se abre para incluir signos y símbolos propios de la cultura estética poscapitalista: logotipos, marcas, personajes y paisajes de universos ficcionales no literarios. Sería reaccionario, entonces, intentar separar a lxs santxs artistxs o deportistas de los santxs políticxs. Nunca deberíamos entender como un acto de frivolidad el comparar lo que puede generar una canción de Gilda con lo que genera “el almita milagrosa” de Guevara; lo que puede generar un timbre particular de voz entonando versos trágicos sobre el amor perdido tiene que parecerse a lo que generó el paso de un guerrillero

por los márgenes del río Ñancahuazú, peregrinando hasta su muerte.


Una canción es tan real como el machete que le corta las manos al cantor que la interpreta.


Todxs con el Universo se encarga de darle un marco abierto a esta realidad común a toda latinoamérica. Una realidad en la que los milagros no solo son reales, sino que son dialécticos y se dan en una escala masiva, cubren regiones enteras como un eclipse. Lxs nuestrxs son santxs espectaculares, políticxs, amantes, artistas, a veces asesinxs; soñadorxs que emergen de las catacumbas de la cultura para rectificar una y otra vez el rumbo torvo de la historia continental.


- Alejandro Ponce de Leon. 

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